miércoles, 5 de junio de 2013

"El sueño del caracol." Capítulo único.


Autor: Iván Sainz-Pardo.
Adaptadora: Kimiko Mizuki.
Clasificación: +13
Advertencias: Muerte de un personaje.
Género: Romántico, Tragedia.
Disclaimer: La trama y lo personajes no me pertenecen. La adaptación sí. Espero que les guste. 





La calle está poco alumbrada.
El coche circula a toda velocidad.
El conductor aprieta el freno.


…demasiado tarde…




Era otro día más de… ¿cuántos? Ya ni siquiera recuerdo cuándo es que comencé a venir diario a esta cafetería. Y no es porque me gustara la cafetería o el café en sí, precisamente —Pues es lo que siempre pido al llegar y ubicarme en la misma mesa de siempre; con el mismo libro de siempre—. Sino por el ser que se encontraba a uno metros de mí… Leyendo con mucha concentración el libro que estaba entre sus agraciadas manos.


¡Y es que parecía un jodido acosador!


No podía despegar mi mirada de él. De sus cabellos rubios, de su mirada seria; pero con un brillo muy especial en ella, de aquella extraña banda que usaba en su nariz, de la sutil sonrisa que dejaba ir sin darse cuenta. ¿Cuál sería el motivo de ella? Porque fuera cual fuera, le agradecía. Le agradecía porque me permitía contemplar ese bello gesto en las facciones del chico que, desde el primer momento que vi, me cautivó. Me iluminaba la vista verle sonreír… verle mover sus delgados labios cuando hablaba con la camarera. Me hacía sonreír estúpidamente. ¿Sería acaso aquello que llaman “amor a primera vista”? Porque yo no creía en él. Me parecía absurdo, tonto. Pero como dicen por ahí ‘más rápido cae un hablador, que un cojo’.  Y ése fue mi caso. Porque sin darme cuenta, quedé perdidamente enamorado de él. De aquella persona de la cual no conocía ni el nombre.


Al principio pude catalogar aquello como curiosidad. Él me despertó curiosidad "sana". Pero con el paso del tiempo, un sentimiento nuevo nació… Algo que jamás había sentido, y que me hacía sentir tanto feliz, como desesperado. Sentimientos encontrados. Raro, ¿no?




Hoy deseé que me tragara la tierra. Por andar mirándote embobado mientras revolvía con una cucharilla mi café, no medí la fuerza con la que lo hacía y terminé regando parte del líquido sobre la mesa y mi pantalón. Pero no, eso no fue todo, como sí en ese momento no estuviera lo suficientemente avergonzado de mi torpeza; lo rematé al momento de intentar alcanzar el servilletero. Pues mis manos temblaban levemente y acabé por volcarlo, provocando un ruido estruendoso ya que la superficie de la mesa era de vidrio, lo que llamó la atención de más de uno. Torpemente intenté secar lo derramado, pero en vez de eso lo estaba empeorando. Eso, y que hice caer el servilletero al suelo. Para ese momento ya tenías la vista puesta en mí… <¡Qué vergüenza, joder! Ahora creerá que soy un idiota…> Pensé en ese momento con pena, mientras me apresuraba a recoger el utensilio y bajaba mi mirada para que no notarás cuán avergonzado estaba frente a ti.




Lo he decidido. Ya no quiero estar sólo observándote desde la distancia. Quiero hablarte, quiero que me mires, quiero decirte muchas cosas que hay dentro de mí; y luchan por salir, quiero… quiero un lazo contigo. Pero no tengo ni la más mínima idea de cómo llegar hasta ti.


Te observó por encima del menú que  “ojeaba” desde que llegaste por enésima vez. Y es que eras tan hermoso… ¿Cómo alguien como yo podría acercase así, de la nada, a alguien como tú?


Escuché la tos fingida de la camarera que buscaba obtener mi atención— ¿Ya ordenará? —Y quise morir de vergüenza al verme descubierto en tan penosa situación. Bajé el menú y asentí.

—Claro. Un jugo de naranja, por favor —La muchacha tomó nota y se marchó a por el pedido.


Una vez hube recibido mi bebida, me dediqué a tomarla sin ganas mientras miraba en tu dirección de vez en vez. Siguiendo cada gesto, cada movimiento, cada cosa proveniente de ti. Pasado un par de minutos observo que pides tú cuenta, y te marchas del local. Genial… Ni siquiera pude pensar en nada. Suspiré con resignación. Pero rápidamente una nueva idea me abordó. Pagué mi cuenta y salí del local tal como tú lo hiciste.


La calle estaba un poco desierta, y es que con el clima que hacía no daban ganas ni de asomarse por la ventana. Acomodé mejor mi bufanda y apresuré el paso para no perderte de vista. Cada vez supero más mi nivel de acoso… mira que seguirle a dónde sea que vaya. reí bajito. Intentaba seguirte a una distancia prudente, para que no te dieras cuenta de que iba detrás de ti, pero también procurando no perder tu rastro.


Vi cómo entraste a una pequeña librería. Ahí estabas. Con paso dubitativo caminé hasta la puerta de entrada y comencé a abrirla lentamente mientras me adentraba al lugar. Lo primero que percibí fue la música clásica de piano que hacía de ambiente al lugar, era relajante y muy acordé a la ocasión. Observé casi al pie de la entrada una mesilla con varios libros encima; esperando a que fueran colocados sobre el estante. Luego, mi mirada se posó en la mujer tarotista* que estaba al lado de una de las ventanas del lugar, ella también me observó a mí, pero tan rápido como lo hizo; lo dejó de hacer. A unos pasos de aquella mujer, se encontraba una señora de edad avanzada, ella era la que tocada la música que hacía ambiente para la lectura, y unos señores más que también me observaron un poco. Quizás les llamó la atención mis ropas, o mi cabello suelto y largo, o el piercing que llevaba en el labio. Quién sabe. No le tomé mucha importancia, y seguí con mi camino al mismo paso lento que antes. Avancé por entre los estantes mientras mi mirada se paseaba por todo el lugar, y es que no te hallaba por ningún lado ¿acaso me equivoqué?


Todo pensamiento cesó cuando por fin te vi. Ahí estabas, enfrente de uno de los tantos estantes con un libro en mano, toda tu concentración parecía estar puesta en él, pues no te percataste en ningún momento que estaba a unos metros de ti. Al parecer trabajabas aquí. De un momento a otro voleaste hacía mí… ¡me miraste! Y yo como buen idiota me sobresalté al sentir tu mirada puesta en la mía, los latidos de mi corazón se agitaron en sobremanera y sentí mis mejillas arder un poco de vergüenza. Intenté disimular el nerviosismo apartando mi mirada y tomando el primer libro que logre alcanzar, fingiendo que lo estaba leyendo. Después de unos segundos volví tímidamente mi mirada hacia ti y otra vez mirabas el libro. Suspiré de alivio. Pero al parecer sentiste mi mirada, porque volviste a subirla hacia mí.


Soltaste un pequeño suspiro mientras cerrabas el libro y lo colocabas en su lugar. Bajé rápidamente la mirada otra vez.  Estoy quedando como un perfecto idiota— Hola.

¡¿En qué momento llegó hasta mí?! No podía ni mirarle a la cara, por lo que preferí mirarle sólo de reojo, y volver la vista al libro que al azar había tomado— Hola…

—¿Le puedo ayudar en algo?

—Sí… ¡No! Ah… Sí, uhm… quiero comprar esto —Le tendí el libro que traía. Él lo miró y soltó una risita que no entendí.

—¿Le gusta los caracoles?

—¿Qué?

—Caracoles —Volvió a repetir mientras señalaba con su dedo el título del libro.

—Ah… Sí. No —Me di una cachetada mental—. Bueno… En realidad no es para mí —Respondí esperando no quedar más en ridículo. Por el contrario, él me sonrió.

—¿Se lo envuelvo? —Asentí—. Mire, ahí está la caja. Espéreme un momento, por favor, ahora mismo vuelvo —Y antes de que le respondiera, se marchó a cumplir con el pedido.


Y suspiré. Seguía idiotizado con la sonrisa que me había regalado. Esa sonrisa que casi fundió toda mi alma. Después de unos segundos llamó mi atención para que fuera a la caja.


—Son 120 yenes —Saqué mi billetera y de ella el dinero, tendiéndoselo a él. Operó la caja registradora, y después de haberlo guardado, me tendió el libro—. Que pase un buen día.

—Gracias —Tomé el libro, y correspondí de manera tímida a la sonrisa que me brindaba antes de salir del lugar.




Cuando llegué a casa, cerré la puerta de la entrada y me apoyé en la pared de al lado mirando a la nada. Abracé el libro que tenía entre mis manos y solté todo el aire que llevaba reteniendo en mis pulmones mientras una gran sonrisa nacía en mi rostro. ¡Por fin te había hablado! Sentía un felicidad que no podía explicar. A pesar de no haber sido una gran conversación, por fin había podido cruzar palabra contigo, y eso me hacía muy feliz. Con una sola mirada tuya, ya me hacías feliz. ¿Qué me has hecho? Y es que ya no puedo dar marcha atrás a estos sentimientos… Ahora ellos tienen rienda suelta, y no puedo hacer nada por evitarlo. No quiero hacer nada por evitarlo. Caminé hasta mi habitación con la intención de tomar una ducha y dejé el libro sobre la mesa del ordenador que había en mi camino. Sentía que ya había avanzado un gran paso. Ya no éramos extraños; ahora nos conocíamos, y eso era bueno.




Después de ese día, comencé a ir seguidamente a la librería con la única intención de verte y hablar contigo. Descubrí que te llamas Akira, y que tienes veintiún años, ¡como yo! Y que trabajabas ahí medio tiempo para pagar tus estudios.


Tus miradas, tus sonrisas, tus palabras… Cada vez lograbas enamorarme más y más. Eres más de lo que aparentas; más que un rostro bonito. No sabía qué pensabas de que fuera tan seguido a comprar libros de los cuales nunca veía ni el título, pero se veía que tampoco te incomodaba; sino todo lo contrario. Y eso me hacía mucho más feliz. Al menos no te era indiferente, lo podía sentir. Pero por una extraña —o no tan extraña— razón, nunca avanzábamos mucho con nuestra “relación”.


Cada vez me arreglaba más cuando iba a verle, intentaba dejar de ser tan tímido y hablarle de otros temas que no fueran libros, aunque fuera poco lo que lograba decir. Él a veces también actuaba nervioso cuando manteníamos la mirada, y eso me causaba gracia. Por lo que usualmente terminábamos riéndonos, pues se contagiaba de mi risa.


Ya no sabía cuántos libros envueltos había sobre la mesa del ordenador. Creo que podría armar una colección con ellos.




—Akira, ¿vas a hacer algo hoy después del trabajo? Podríamos ir a beber… Eh… Tomar. Me gustaría invitarte a un café… —Una mueca de disgusto se formó en mi rostro frente al espejo donde ensayaba mi "discurso". Al ver que Akira no tenía la intención de dar el primer paso, lo haría yo. Pero no sabía qué palabras usar para invitarle a salir. Me revolví algo frustrado el cabello y volví a intentarlo—. Me gustaría ir a tomar un café contigo. ¿Vas a hacer algo después del trabajo? Uhm… Sí, eso está bien.


Tomé mi abrigo previamente preparado, y salí rumbo a la librería. El camino ya me lo sabía de memoria, por lo que estuve muy cerca de la entrada en poco tiempo. Dudé un poco en ingresar, ¿y si me rechazaba la invitación? Quise darme macha atrás y volver otro día. Pero no, ya no me acobardaría más. Tomé una bocanada de aire y me armé de valor. Él tenía que saber todos los sentimientos que albergaba mi alma. Todos esos sentimientos que sólo eran de y para él. Quería saber si sentía algo, tan siquiera pequeño, por mí. Quería darle todo mi amor, quería besar sus labios alguna vez, quería estrecharlo entre mis brazos, quería que me dijera te quiero al oído mientras hacíamos el amor… Tantas cosas. Y si me echaba para atrás nunca lo sabría. Solté el aire y volví a tomar más, mientras mis pisadas se adentraban al lugar.


Me extrañó no escuchar la música en piano que siempre hacía ambiente. En cambio, la señora que lo tocaba, estaba en frente a un ventanal con una mirada nostálgica. Esa nostalgia me caló, y sentí una opresión en mi pecho, ¿por qué sentía ésto?... ¿Qué había pasado? Ya no estaba la mujer tarotista, ni los señores que siempre estaban compartiendo experiencias en la mesa que estaba acomodada cerca del piano de cola.


Buscaba a Akira, pero no lo encontraba. ¿Acaso no había ido a trabajar ese día?


Escuché a alguien acomodar unos libros. ¡Era él! Él siempre hacía eso; era el encargado. Sonreí esperanzado y caminé a paso rápido hasta el lugar donde provenía el sonido, pero mi sonrisa decayó cuando vi que no era él, sino una chica que nunca antes había visto. Sentí un poco de decepción, y un agudo dolor le hizo compañía a la opresión que ya sentía en el pecho. Tanto tiempo esperando ese momento, y ahora que me armaba de valor, él había faltado aquél día.


—¿Le puedo ayudar en algo? —Miré a la chica y negué.


Viré la mirada otra vez y observé al señor que parecía ser el dueño del local; pues siempre estaba ahí. Quizás él me podría decir por qué Akira había faltado. Me acerqué hasta donde se encontraba leyendo un libro.


—Buenas tardes… —Murmuré, no quería perturbarlo mucho.

Bajó el libro y me observó— Hola, muchacho.

—Perdone, ¿hoy no trabaja Akira?

—¿Akira? —Asentí—. ¿Eres de su familia?

—No, no. Soy… Únicamente… Bueno, un amigo —El hombre me miró con… ¿pena? Y pude escucharle suspirar. Eso no me daba buena señal…




Al llegar a casa, tiré las llaves en algún lugar a peso muerto, cerré la puerta y me recargué ahí por unos segundos antes de dejarme caer. Mi mirada estaba perdida en algún punto de la casa; miraba sin ver, y mi mente no estaba ahí. Mi mente estaba a miles de kilómetros, o así lo hacía sentir el dolor que se apoderó de mí ser. Pero no lloraba, ¿estaba aún en shock? No lo sé, pero ese dolor quemaba, ardía, y lo peor de todo… era real.


—Lo siento, pero… Akira tuvo ayer un accidente en su auto. Creo que el entierro será mañana o pasado, aunque no lo sabemos exactamente. Lo mejor sería que nos llamase para confirmar.


Aún no lo creía… Sólo ayer estaba sonriéndole; con esa sonrisa que tanto había llegado amar, y que a su vez, le hacía sonreír. Sólo ayer se había despedido por última vez, con la silenciosa promesa de volver al día siguiente. Sólo ayer ambos eran felices a su manera…




Perdí la noción del tiempo… No sabía si habían pasado horas, días, o semanas. Ni sabía si era de día o de noche, porque fuese como fuese, ese frío que me envolvía el alma no se alejaría ni porque el sol me estuviese penetrando los poros de la piel. Pero lo más extraño de todo es que no había bajado ni una lágrima. Por más dolor que hubiese de por medio, mis ojos parecían estar totalmente secos.


Me incorporé en la cama y miré mi habitación, estaba sumergida en una tenue oscuridad, en silencio. Silencio… Y las voces en mi cabeza repitiéndome una y otra vez esas malditas palabras… <Si hubieras>.


Me levanté y caminé hasta la mesa del ordenador, donde aún se encontraban todos los libros que había ido a comprar durante todo éste tiempo. Intactos; aún con la envoltura y todo. Con las yemas de mis dedos repasé el contorno de uno, mientras mi mente rodaba el recuerdo del día que lo compré. Ese fue el primero, el primero de todos. El primero, que me ayudó a hablar con Akira.


Lo tomé entre mis manos y comencé a rasgar el envoltorio, dejando caer los restos sobre el piso. Di un repaso rápido de todas las páginas, y cuando llegué a la primera, un gesto de sorpresa se instaló en mi cara. Había un escrito.


Dos de octubre: Sé que me seguiste desde la cafetería. No creo que hayas comprado éste libro con la intención de regalárselo a alguien. Sé que es una locura hacer lo que estoy haciendo. Escribirte así, en éste libro, pero la verdad es que me encantaría volver a verte. ¿Volverás a visitarme de nuevo? –Akira.


Tomé rápidamente el segundo libro y repetí el mismo procedimiento.


Tres de octubre: Aunque no hablas conmigo, puedo leer lo que tus ojos me dicen. Eres hermoso.

Cinco de octubre: ¿Cómo te llamas? Todavía no lo sé. Por favor, habla conmigo o dame alguna señal

Nueve de octubre: ¿Sabes? Anoche soñé contigo. Deseo cada día poder volver a verte…

Doce de octubre: Me confundes… ¿Por qué no me respondes?


Para ese momento mi cara ya estaba bañada en lágrimas, y mis sollozos hacían melodía en esa triste escena: yo, tirado de rodillas en el suelo, rodeado de todos aquellos envoltorios y libros, con el último que había comprado ayer entre mis manos. Mi corazón dolía, dolía como nunca antes había dolido, y las lágrimas que no habían salido en todo el día ahora bajaban furiosas por mi rostro contraído. Rasgué el envoltorio del último libro, y con las manos temblorosas lo abrí… Y al leer la nota que éste contenía sólo pude llorar con más fuerza.


Catorce de octubre: Te quiero… —Akira.


Abracé el libro contra mi pecho y seguí llorando. Por todo. Por haber sido tan idiota, por no haber abierto los libros, por haber dejado perder tanto tiempo, por su partida… Por todo. Ahora sólo podía llorar, llorar hasta esperar que éste dolor que se había acomodado en mi ser se fuera. Si es que se llegaba a ir…





Fin.

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